lunes, 11 de enero de 2010

La prepa popular Cuentos novelados




Fragmento
Ahora Pinta Todo el Pito con tu Lápiz Labial


Después de habernos cambiado a Fresno esquina con Flores Magón, la organización hizo trabajo político en la zona obrera pegada a nuestra escuela. De hecho estábamos en la zona obrera de Santa María la Ribera, ahí había refresqueras. Apuntamos nuestras baterías a una fábrica de aparatos electrodomésticos. En ligero estudio que hicimos nos mostró que el noventa por ciento de trabajadores eran mujeres. Sacamos un manifiesto en donde llamábamos a luchar por la democracia sindical, tumbar a los charros y por aumento de salarios. El día que fuimos a repartirlos, las trabajadoras en su mayoría no lo aceptaban, creo que por miedo a que las reprimieran los jefes. Siempre que salía Bandera roja, íbamos a venderla a la fábrica.

Fue muy difícil hacer contactos ahí. En primera porque tenían miedo al patrón, en segunda porque salían muy rápido, cansadas del trabajo. Una ocasión me di cuenta que algunas mujeres, los días de quincena se iban a tomar cerveza a una fonda que era amplia, ahí convivían. Comencé a ir, guardaba dinero para ir a chupar en la quincena. No invitaba a ninguno de los camaradas porque ya tomados echaban mucho desmadre y había que guardar compostura ya que era un trabajo político. Una vez que llegué estaba hasta la madre de trabajadoras. En una mesa me invitaron a que me sentara con ellas. Pedí comida y una cerveza. Estaba muy a gusto. No hallaba cómo entrar en conversación con ellas. Charlaban sobre varias cosas y reían mucho, ya las veía medio pedonas y se me ocurrió decirles al modo de los borrachos: «pidan otra tanda, yo la pago». «Qué amable» dijo una de pelo lacio que le llegaba a los hombros. Era joven como de dieciocho años. Como un gesto de amistad, puso su mano sobre mi cabeza, preguntando: ¿sí la invitas, manito? Asentí con un movimiento de cabeza. La más grande tendría unos treinta años. Esta en tono amistoso habló así: «Tú eres uno de los comunistas que reparten propaganda a las puertas de la fábrica, ¿verdad?» No lo negué. «¿Sabes?», agregó, «nuestro líder sindical nos ha dicho que no les hagamos caso, ya que son agentes internacionales del comunismo. ¿Qué hay de cierto en esto?» Apuré mi cerveza y pedí otra. «En realidad queremos la igualdad de hombres y mujeres en la tierra. Lo que Marx pensaba es la única teoría liberadora. Creemos que los trabajadores no tan sólo son capaces de liberarse de los ejecutivos de una fábrica y también de los patrones, unidos a los campesinos serían capaces de dirigir Estados Nacionales. Además tienen los mismo intereses que los trabajadores de cualquier país del mundo».

Ella cambió de conversación. Me preguntó: «¿Estudias en la prepa de Fresno? «Sí», contesté. Le dio risa, tomó de su cerveza y agregó: «Dicen que hay muchos guerrilleros». Contesté: «En realidad no sé, como los guerrilleros son clandestinos, no se sabe si hay o no». Cualquier otro hubiera pensado que estas preguntas eran policíacas, pero en realidad era la información con la que contaba la escuela y ellas tenían miedo porque éramos comunistas, le expliqué con mucha calma lo que significaba el comunismo. Serían las nueve de la noche cuando la dueña de la fonda bajó la cortina, más tarde me comentaron que la señora solía hacerlo cuando ellas se reunían a beber y también por los borrachos ya que eran muy latosos. «¿Y porqué a mí no me dijo nada?», le pregunté a la joven de pelo lacio. «Es que tú has guardado compostura»
Cada rato pedíamos rondas y no me preocupaba por la cuenta ya que traía dinero suficiente. Estaba muy tranquilo, pero erotizado porque la obrera de dieciocho años tenía pegada una de sus piernas a una de las mías. Mientras reía de la plática de ciertos chismes y riñas que tenían con otras de sus camaradas, la charla se convirtió en desorden. Luego se puso a platicar conmigo. Le pregunté por qué había muy pocos obreros. Contestó que las mujeres eran más cuidadosas para tratar pequeñas piezas de la rama de la electrónica, los trabajadores son más bruscos. No quise meterme a preguntarles de cuestiones sindicales puesto que lo vi muy apresurado. Hablamos de cosas muy generales para conocernos un poco, me dijo que vivía en la Candelaria de los patos, en una vecindad con su familia, pagaban renta congelada en su viejo departamento. Me preguntó en dónde vivía, le dije que en Santo Domingo en la zona marginada de Coyoacán, evidentemente era un dato falso porque nuestra organización era semiclandestina, luego le propuse que si quería la acompañaba a su casa, desde luego en un taxi. Algunas de sus compañeras se fueron retirando. 

Hasta ese momento se me ocurrió preguntarle su nombre.

–Bueno, yo me llamo Margarita ¿y tú?
–Pedro.
–Estoy encantada de haberte conocido –se levantó y dijo –vámonos ya.
La cuenta estaba pagada. La abracé para que no se fuera de lado. Caminábamos por Nonoalco cuando me comentó que si llegaba a su casa así, iba a tener problemas con su padre, de modo que le propuse ir a un hotel. Le dio risa, «pero si te acabo de conocer, además quiero mucho a mi novio».
–Tómalo como una aventura juvenil.
–De acuerdo –y me dio una leve mordida en el labio inferior.
Abordamos el taxi y nos bajamos en la glorieta de Santa María la Ribera. Ahí nos metimos al primer hotel que encontramos. La dejé en la habitación y salí a buscar una botella. Pronto hallé una ventanilla. Compré una Solera y dejé importe por las botellas de refrescos.
Cuando regresé estaba en ropas menores y se pintaba los labios de un rojo no muy intenso, fue hasta entonces que empecé a contemplar su belleza. Unas piernas con un brillo de lindas, una modelo de dieciocho años del barrio de La Candelaria. Sus senos no eran muy grandes, sus nalgas eran paradas, pero lo que más me erotizó fueron sus labios. El inferior era un poco jaladito hacia la barbilla, el superior no era muy delgado. No tenía colorete en el rostro. Sus pestañas con rimel discretamente maquillado arriba de los párpados. Las cejas negras levemente depiladas. Su piel blanca. Pelo negro natural. Era un verdadero ejemplar. Hacía calor. Me tumbé la ropa y quedé en calzoncillos. Le serví una copa, fumaba y daba ligeros tragos. Tomé de un trago la mía y la empecé a besar.

Terminé de desnudarla, nos echamos un intenso faje, la senté al borde de la cama y le dije:
–Vuélvete a pintar los labios –así lo hizo. Mi miembro estaba completamente parado.
Terminó e iba a dejar el lápiz labial. «¡No lo dejes!», ordené. «Ahora pinta la cabeza de mi pito». «Qué buena onda», dijo. Terminó de pintarla. «Ahora pinta todo el pito». Mientras raspaba el lápiz labial, más se hinchaban las venas. «Ahora aborda la cabeza con los labios». «Nunca lo he hecho, pero me encanta este ritual», me dijo y le dio unos chupetes, se oía como cuando se chupa un caramelo. Le ordené que lamiera todo el miembro. Su lengua caliente chupaba todas las partes de mi miembro. Ya estaba acostado y dormitaba al tiempo que disfrutaba. Ya se había comido todo el bilé. Me despertó porque se me subía de palito encebado. Ese palo se me hizo una eternidad de gozo. Estaba mojado desde el ombligo hasta las nalgas con su flujo y nos quedamos dormidos.

1 comentario:

  1. estoy leyendo el libro en la cafeteria donde como

    (el cafe de las brujas bucareli casi esquina con morelos)

    muy interesante y entretenido


    recomendable para comer en compañia de un buen libro

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